Hay que atreverse a desplazar el mito de que hablar de televisión
es sinónimo de frivolidad. Hablar de ella con nuestros hijos(as) puede ser experiencia de comunicación.
Más allá de la rápida invasión de las tecnologías digitales (TI), la televisión sigue siendo el medio central para entretenerse e informarse: hay 2,4 televisores por hogar; 74,7% ve los noticieros todos los días y 74,4% les pone nota entre 6 y 7. Incluso hay diarios que basan sus ejes periodísticos en la TV y los personajes que la pueblan, muchos de éstos salen de la pantalla y continúan viviendo su personaje en la vida pública de los programas de farándula: entradas de los estudios, estacionamientos, discos, restaurantes, y en algunos casos sus propias casas. Espacios físicos que extienden el set televisivo.
Pero no nos referiremos a ese hablar de la TV, sino a las conversaciones que se dan el interior de nuestros hogares y, más específicamente, esas pláticas entre los adultos y los niños/niñas. Valerio Fuenzalida, en un artículo publicado de la revista Comunicar (leer acá), nos entrega una serie de conceptos y reflexiones pertinentes.
En primer lugar, hay que señalar la creciente tendencia de los niños(as) hacia canales de cable dirigidos a ellos. Las franjas horarias de la TV abierta empiezan a perder relevancia frente a los canales dedicados exclusivamente al público infantil. Esta evidencia reafirma la necesidad de disponer de un canal en la televisión chilena dedicado a nuestros niños(as). Hay una producción nacional razonable que requiere de un medio específico de difusión. La nueva TV digital es la oportunidad.
Pero volviendo a nuestro tema, los programas que consumen los niños(as) en sus casas después de una larga y, a veces, exigente jornada escolar, son básicamente construidos a partir de lo lúdico-afectivo, es decir, son gratos y entretenidos por sí mismos y conectan a los niños(as) a partir de sus afectos, temáticas e imágenes. Lo pasan bien viendo tele, porque se pueden relajar frente a un ritual escolar cada vez más demandante y exitista. Incluso a través de programas en que visionan a adultos que se ven torpes realizando ciertas tareas o débiles superando el poder de los fuertes. Así, van aprendiendo a incorporar habilidades para sobreponerse a la ansiedad y la angustia. Identificarse con el débil que supera al poderoso sirve para reconocer los propios temores, avizorar horizontes deseables, en cierto sentido una ayuda al autoconocimiento. En resumen, se entretienen y al mismo tiempo pueden comprenderse a sí mismos en las complejidades y vicisitudes infantiles (recordemos nuestra propia infancia, no siempre dulce y apacible).
Estos procesos se desenvuelven con más fuerza si los adultos de la casa (padres, abuelos y tíos/tías) enriquecen las conversaciones a partir de los programas infantiles, en otras palabras, dialogar desde el visionado televisivo, tomando lo que verbalizan los niños(as). Desde esa conversación se puede ayudar a la formación de aspectos de la vida que ubicamos en el plano de lo “existencial”, es decir, de ese aprender a conocer(nos) y también resolver las relaciones con los adultos y la escuela. Además, pueden incluir experiencias recientes como el terremoto. Ver lo que la tele sigue mostrando sobre el sismo del 27 de febrero, es una buena ocasión para sacar afuera lo que subjetivamente contiene cada cual de aquella dura experiencia.
Es cierto que no siempre tenemos tiempo para ver televisión con los niños/as, pero debemos procurar momentos para departir con ellos sobre lo que ven, cómo lo ven y, en especial, lo que sienten de lo televisado. Muchos adultos no han recibido formación ni tienen experiencias anteriores desde las cuales anclarse, porque sus padres/madres no conversaban sobre lo visto en la tele con ellos. Sin embargo, hablar con los niños de hoy sobre lo que ven y sienten es sin duda una efectiva oportunidad para conocerles y crecer en conjunto, entrar en el camino de lo que se llama “aprender a vivir”. Obviamente tomando en cuenta los propios valores y experiencias, se trata de reconocer lo que ven y desde ahí iniciar el diálogo.
Hay que atreverse a desplazar el mito de que hablar de televisión hoy es siempre sinónimo de frivolidad y “farándula”. Hablar de los programas televisivos con nuestros hijos(as) puede constituir una experiencia de comunicación y crecimiento.