No podemos seguir desplazando la responsabilidad de la poca participación pública de los jóvenes. Se hace necesario conocer sus propias y autónomas formas de participación/expresión.
Es lugar común escuchar y decir que las tecnologías de la información y comunicación (TI) son amplia e intensamente utilizadas por los jóvenes y los adolescentes. A diferencia de las generaciones precedentes, que aparecen asociadas a los medios de comunicación industriales, más anclados en la recepción de información y ficción, los jóvenes se comunican mediante las TI, es decir, reciben y emiten activamente. Son fundamentalmente actores del proceso de comunicación, siendo la expresión una de sus características identitarias más visibles y evidentes. Sin embargo, esto no sólo se observa en la comunicación mediada. Cuando caminamos por la ciudad vemos la expresión grafitera en sus diversos tipos: desde los tag hasta murales de alta calidad. El cuerpo también se ha ido constituyendo en un espacio simbólico para la autonomía narrativa. La expresión es uno de los atributos de la generación de este siglo.
Pero también es un lugar común afirmar que los jóvenes no participan ni se expresan en el espacio público. Esto se aprecia con claridad en su todavía escasa inscripción en los registros electorales, lo que ha llevado al Instituto Nacional de la Juventud (Injuv) a montar campañas masivas para promover la inscripción electoral de cara a las presidenciales y parlamentarias de este año. Es decir, por un lado se expresan y por otro están retraídos. Podemos pensar -como primera aproximación- que aquí existe una asociación con el binomio privado-público. La expresión juvenil es propia de sus relaciones intragrupos y lo público pertenece al mundo de los adultos. Esta visión parece más propia de quien quiere mantener la situación antes que modificarla. Es una forma de etiquetar cómoda y excluyente, tal como hace algunas décadas se aplicaba a la mujer: privado-casa-mujer; público-mundo-hombre.
A todas luces esta visión es congelante, parcial, y resultado de la pereza analítica. Por otra parte, cuando escuchamos las razones de por qué no participan en las elecciones, oímos una serie de obviedades del mundo adulto, producto de prejuicios: los jóvenes son cómodos, creen-que-todo-es-fácil, son cerrados, esperan-que-los-llamen… y así podríamos seguir enumerando “atributos”. No obstante, como cualquier otro grupo social, los jóvenes construyen sus rasgos de identidad desde sus particulares visiones y también basados en las definiciones que genera el resto de los actores sociales.
En este sentido tienen especial importancia las maneras en que la gente joven es visibilizada en el espacio público mediatizado y, en especial, en los noticieros de televisión. Este género es importante no sólo por el elevado rating que tiene cada noche, también por el carácter “real” que le adjudican quienes los producen y, sobre todo, por las audiencias en sus casas. Es frecuente asociar las noticias a representaciones que dan cuenta de lo que pasa en Chile y el resto del orbe. En esos 55 ó 60 minutos de noticias, hay una evidente selección de sucesos que han tenido el “mérito” de constituirse en tales, a partir de los criterios de los periodistas y editores. Los noticiarios de televisión son la puerta y la ventana de las cuales vamos alimentándonos para formar nuestras visiones del mundo. Por tanto, resultan vitales y útiles (o no) al momento de representar a los distintos grupos de la sociedad, en este caso los jóvenes.
En un trabajo realizado por Lorena Antezana (ver aquí) se presentan algunos datos que ayudan a visualizar cómo se representa a los jóvenes en los relatos de nuestros noticiarios. En primer lugar, recoge datos de la percepción de los públicos sobre el tiempo y tratamiento de diferentes actores en la televisión: los jóvenes reciben poco tiempo en los noticiarios según 21,7% de los consultados; aparecen en cuarto lugar después de la tercera edad, indígenas, discapacitados y trabajadores/sectores populares y artistas/intelectuales. Respecto al tratamiento, son el cuarto grupo más desfavorecido. En definitiva, reciben poco tratamiento y en condiciones negativas en cuanto a la percepción de lo que son.
Un aspecto a destacar es cómo son retratados en los noticiarios. A menudo son asociados al deporte y a lo policial. En el primer caso, se destacan el esfuerzo, la dedicación y el éxito en términos individuales. En el caso de lo policial, tienden a ser vistos como sujetos negativos, peligrosos y asociados a conductas más colectivas que individuales. Frente a estos datos es necesario tener claro que la gramática televisiva opera con rasgos más generales y poco matizados, no sólo respecto de los jóvenes, también con los políticos, empresarios, artistas y otros miembros de la sociedad. No son novelas de 600 páginas. Sin embargo, esta situación no colabora con las condiciones para establecer el indispensable diálogo adulto/joven, ni la comprensión matizada del locus que deben tener las nuevas generaciones en la construcción social. No podemos seguir desplazando la responsabilidad de la poca participación pública de los jóvenes, ni limitarla únicamente a la inscripción en los registros electorales. Se hace muy necesario conocer sus propias y autónomas formas de participación/expresión y, en ese esfuerzo, los medios masivos son vitales, principalmente, la televisión.