La verdad es que no pude mirar ninguna repetición porque todos saltaban, gritaban y se reían tapando la pantalla. Por largos minutos se respiraba optimismo y una gran credibilidad hacia la Roja.
Todo era una fiesta. Al cruzar el portón de metal verde recién pintado ya se respiraba otro ambiente. Todo parecía ser más liviano, alegre, y otros colores resaltaban frente al sempiterno café, gris y verde oscuro. Desde banderas, camisetas, caras pintadas y gorros fluía el rojo, azul y blanco…, aunque era notorio que el rojo era el que más se repetía, no sólo en el patio, sino también al interior de las salas y oficinas.
La sala del octavo básico tenía las sillas vueltas hacia un televisor Groven de 19 pulgadas. La mano de Ariel Rocha -propietario del aparato- luchaba con la antena para que se viera mejor la imagen, el sonido apenas se escuchaba, los comentarios de Carcuro y Zamorano se perdían entre las conversaciones y gritos de los que permanecían en la sala y de los estudiantes que entraban, salían, caminaban y corrían bulliciosamente por los pasillos. Tres corridas de sillas hacían una medialuna en torno a la pantalla de la tele que de pronto se apagaba, porque algún(a) bromista cortaba la luz y la daba después de unos minutos. En todo caso, hasta los alegatos y recriminaciones eran alegres y en tono de broma.
Los que estaban más cerca de la pantalla eran hombres y, al parecer, los “líderes informales” del grupo. Sólo en la tercera fila y algunas sillas más atrás se veían las mujeres y el grupo más compacto estaba en una mesa arrinconada esperando al profesor jefe que apareciera con los panes para los completos. Una vez listos los completos se paró el alumno que estaba frente al televisor y acercándose a sus compañeras tomó en sus manos el primer gran completo, dando el vamos a la circulación de los panes con salchicha, mayonesa, palta y mostaza por los puestos de cada uno. La atención por el partido se diluía en estos momentos, se concentraba en la comida. No estaba el clásico asado, pero lo importante es que se comía lo que el curso había decidido de acuerdo con lo que más apetecía a la mayoría. Esta vez no se trataba de que a los hombres les interesara el partido y a las mujeres no, más bien se vivía la transmisión de la televisión de manera diferente: los hombres enfocados en la pantalla y las mujeres haciendo otras cosas, pero también interesadas e informadas de lo que pasaba con “su” selección.
Sin duda, la sala de clases había sido invadida por el Mundial y con ello la alegría y la estructura informal del grupo/curso. En las otras salas las situaciones eran distintas, con grupos más pequeños, no había “completadas” y, aunque se notaba alegría, los climas se veían más apagados. Se hacía evidente que la naturaleza de la sociabilidad de cada grupo estaba generando distintas maneras de visionar el partido. En tanto, los profesores jefe acompañaban a sus estudiantes en las salas, el resto de los docentes compartía una torta y sandwiches frente a un televisor arrinconado que también transmitía el Mundial.
Volviendo a la sala del octavo, un grito de gol hizo que los alumnos y alumnas saltaran, la primera vez fue seguida de la decepción (pensé: otra vez lo mismo que con las otras selecciones), sin embargo, los adolescentes seguían mirando con igual o mayor interés hasta que vino el legítimo gol de Chile y todos brincaron con más ganas por varios minutos. La verdad es que no pude mirar ninguna repetición porque todos saltaban, gritaban y se reían tapando la pantalla. Por largos minutos se respiraba optimismo y una gran credibilidad hacia la Roja. Allí me di cuenta que ese equipo era el de “ellos”. Algunos de los cortes de pelo de los alumnos simulaban al de ciertos jugadores y, aunque sus ropas no eran de marca, se notaba una cierta amistad con la moda y los estilos en boga.
Al terminar el partido, el patio se inundó de la música de Shakira y varias profesoras hacían bailar a los más pequeños la canción mundialera oficial. Mientras niñas casi adolescentes se paseaban con sus rostros pintados blanco-azul-rojo y de sus celulares emanaban sus canciones preferidas.
Desde la Escuela Golda Meir, de la comuna de Lo Prado, alumnos, docentes y auxiliares tuvieron una fiesta limpia, unitaria, respetuosa y, al mismo tiempo, desbordante de emociones. Se conectaron -junto con millones- con lo que sucedía en África y, especialmente, con ese nuevo contingente de “héroes” que son los jugadores de la selección nacional de fútbol. No sé si entre los que jugaron hay oriundos de esa población u otra aledaña, pero si estoy seguro de que la primera vez que escuché hablar de Zamorano fue en una escuela cercana (Poeta Pablo Neruda), en ese entonces se hablaba con orgullo de un joven de Maipú que recién triunfaba en Europa. Entonces, ¿por qué no poder soñar con ser uno de ellos? Aunque el fútbol se ha “industrializado”, mediatizado y los poderes lo quieren colonizar, es todavía para los adolescentes de escuelas como la Golda Meir una fuente de alegría, esperanza y aprendizajes. Probablemente de ahora en adelante empecemos a asociar a esta selección con la idea de ir siempre hacia adelante y, como lo dijo Carlos Soto, presidente del Sifup, concebir las prácticas de fútbol no sólo centradas en el cuerpo, sino también en la mente y el conocimiento.