En 2000, creíamos poder sostener la hipótesis de que un nuevo campo de conocimiento –la educomunicación–ya se había formado,había conquistado su autonomía y se encontraba en franco proceso de consolidación (Soares, 2000a: 38).
Pasados ocho años, podemos aseverar –por lo que ocurre en Brasil– que las
prácticas educomunicativas, aunque inicialmente concebidas como alternativas,
empiezan a movilizar grandes estructuras, buscando convertirse en programas
de políticas públicas.